Aquel que desee convertirse en maestro del hombre, debe empezar por enseñarse así mismo antes de enseñar a los demás; y debe enseñar primero con el ejemplo antes de que lo haga verbalmente. Pues aquel que se enseña a sí mismo y rectifica sus propios procedimientos, merece más respeto y estimación que el que enseña y corrige a otros, eximiéndose a él mismo. Khalil Gibran


Proyectos de Arte Textil







Taller La Rueca
Tapices realizados y en creación.


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Respiración Pranica

Respiración Pranica
Merkaba

lunes, 19 de julio de 2010

Tapiz


El tapiz (del francés, tapis) es una obra de tejido tradicionalmente hecha a mano en la que se producen figuras semejantes a las de un cuadro utilizando hilos de color.

Desde su origen remoto servían para abrigar las paredes en tiempo frío, evitando la radiación fría (mejor dicho, la absorción de la radiación infrarroja emitida por el cuerpo humano, que enfría la piel) y, por lo tanto dar sensación de calor en las estancias. Así pues, lo más probable es que los primitivos tapices fueran simplemente un paño grueso, colgado de las paredes o extendido en el suelo. Con el tiempo, fueron convirtiéndose en objetos suntuarios, con decoración, y en auténticas obras de arte.

Se distinguen dos tipos de tapices, según la posición de los lizos o cordelillos que unen las bandas o secciones de la urdimbre con las perchas que se hallan en la extremidad superior a ésta y que facilitan el movimiento de los hilos:

* de alto lizo, que se tejen colocando la urdimbre y todo el aparato en posición vertical
* de bajo lizo, que se tejen colocando la urdimbre y todo el aparato en posición horizontal, resultando de aquí que se logre mayor rapidez y abaratamiento de la obra aunque una inferior calidad.

Las colgaduras más antiguas fueron encontradas en las tumbas de los faraones Tutankamen y Amenofis II. También los viejos babilonios adornaban sus edificios con colgaduras de tela de gran tamaño. Pero no sólo griegos y romanos conocieron este arte, sino también en el Perú en el siglo I hubieron expresiones del mismo. Los tapices de seda chinos datan del siglo VIII.

En Europa comienza en la Edad Media, como un lujo sólo permitido a la nobleza y el clero, por lo cual representaron un apreciado botín de guerra. En el siglo XV aumentaron las riquezas acumuladas por la burguesía y sus salones empezaron a lucir preciosos tapices y colgaduras. Por todo esto, la tapicería es parte de la memoria del hombre, de su historia, de su tradición antiquísima.

Pero recién a fines del siglo pasado, se abrieron para el gran público gracias a los medios de difusión y de transporte. Es así como esta artesanía refinada interesa como testimonio y toma vigencia como actividad extradoméstica, localizada en centros de tradiciones regionales. Nace así el arte textil. Las lanas teñidas con colores vegetales desarrollan la inspiración en todas las civilizaciones. Hilos de seda, lanas, fibras, sugieren motivos geométricos, figuras fantásticas, mitos, simbologías, etc.

Desde los tejedores aubussonenses, con quien cobran renombre los tapices en 1501, se llega al 1665, donde se concede el uso de la flor de lis, título que le adjudica calidad de Manufactura Real a los mismos. A partir de allí se continúa hasta 1901, año en que la Compañía de las Artes Francesas apoya esta manera de expresión artística, organizando exposiciones para darle el lugar que merecen ocupar. Así artistas como Picasso, Dufy, Leger, Derain se iniciaron en la tapicería con gran entusiasmo, a través de tapices hechos en talleres aubussonenses.

El campo de acción que hoy tienen es prácticamente ilimitado. Desde los de neto estilo europeo, así como motivos procedentes del arte popular, motivos infantiles y los conocidos como de estilo naif (ingenuo).

Muchas razones hay que pueden justificar la gran aceptación que siempre tuvieron los tapices. Pero, sin duda, la primordial, es que con cada punto, se asimila un poco el dibujo que se intenta reproducir o crear impartiéndole el sello característico de su autor. Cada punto es un pedazo de uno mismo, representa nuestra habilidad, nuestro tiempo, nuestro estado de ánimo, nuestra sensibilidad y, porque no, nuestras esperanzas.

Es así como al finalizar cada obra ésta lleva impresa nuestra personalidad. Es un poco el hijo gestado con devoción y amor, impresión que si alcanza al espectador encuentra la más sublime coronación a la labor emprendida.

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